Auster

C. me llamaba así, a veces todavía lo hace. Una vez cogí un autobús e hice siete horas de carretera porque presentaba un libro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Llegué temprano y me metí en la cafetería. Pedí un cortado, encendí un cigarrillo y abrí El libro de las ilusiones, que acababa de comprar. Entonces apareció él.

Andaba despacio, con una bolsa de documentos colgada del hombro a la bandolera, sus eternas ojeras inmensas y la expresión de calma que siempre muestra en las fotos. Media sonrisa.

Me levanté nervioso, sin saber que iba a decirle. Le saludé. Le estreché la mano. Le dije que venía de Sevilla sólo para escucharle. Me dijo que sentía una enorme responsabilidad por ello y que esperaba no decepcionarme.

Le dije que firmo siempre con el pseudónimo Fanshawe. Sonrió.

 

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